A propósito de la ‘maqbara’ islámica de La Florida, Huelva.
A PROPÓSITO DE LA ‘MAQBARA’ ISLÁMICA DE “LA FLORIDA”, HUELVA.
Recientemente hemos tenido noticias del hallazgo de una necrópolis medieval en uno de los solares que se van a edificar en el sector de La Florida, en la Avenida de Andalucía de nuestra ciudad. A esperas de los resultados de las investigaciones, y según lo poco que se conoce a través de los medios de comunicación, parece que el origen de las dos docenas de fosas que se han encontrado, por la morfología que presentan, es islámico.
Imágenes de las fosas islámicas y otros tipos de ‘estructuras negativas’ (se denominan así los espacios vacíos situados por debajo del nivel original del terreno), halladas en La Florida. Fotos: ‘Huelva Te Mira’ y ‘periferias’
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Por lo que hemos podido entrever antes de que las labores de construcción del edificio se reanudaran, el lugar de enterramiento presentaba unas fosas dispuestas de manera algo dispersa, si bien se apreciaba la formación de dos agrupamientos, aunque todas estaban orientadas con el mismo ángulo, aproximadamente noreste-suroeste. En espera de que el equipo de arqueología emita sus correspondientes informes, y ante la imposibilidad de que los onubenses hayamos podido disfrutar de un Día de Puertas Abiertas para conocer este patrimonio, periferias ha decidido escribir esta pequeña reseña sobre el ritual y características espaciales de los enterramientos medievales islámicos.
Lo relativamente pequeño del solar en comparación con la gran extensión que podían llegar a alcanzar los cementerios musulmanes, nos impide saber si éste corresponde a una pequeña alquería –quizás lo más probable- o, si siendo más extenso de lo que hemos podido apreciar, perteneciera a algún asentamiento de mayor entidad. En todo caso, el espacio no parece estar muy colmatado de fosas, lo cual podría indicar la baja densidad de población del núcleo habitado al que estuvieran asociadas y, también, su posible datación correspondiente a los últimos momentos de ocupación islámica de nuestro territorio. La dispersión puede deberse a que, no siendo de fecha tardía, el núcleo habitado con el que estaban relacionado se abandonó en un momento dado por algún motivo. Como hemos comentado, serán los informes arqueológicos los que deban tratar este tema, pues podrían haber existido diversas etapas de enterramientos, cuestión que el estudio estratigráfico y el análisis de los restos cerámicos y óseos esperemos que aclaren. En cualquier caso, el nivel que hemos apreciado indica un cementerio poco utilizado, lejos de la densidad que en sus momentos de máxima utilización llegaba a tener este tipo de espacios (ver imágenes más adelante)
Antes de seguir queremos anotar que La Florida ocupa actualmente lo que desde hace más de cinco mil años es el ruedo agrícola de Huelva. Esta corona de territorio se situaba entre los ríos Odiel y Tinto, rodeando por el norte a la ciudad, estando dedicada a cultivos y actividades ganaderas. Así lo demuestran los hallazgos en el yacimiento La Orden-Seminario, con huellas de cultivos de vid, enterramientos y poblados que dan testimonio de actividades que han perdurado hasta la Edad Media y, en menor medida, hasta el desarrollismo de los años 60 del pasado siglo. Estamos, pues, en un territorio que ha estado ocupado sin interrupción durante cincuenta siglos.
Los cementerios islámicos
Toda ciudad medieval islámica contaba con un gran espacio para enterrar a sus muertos, conocido como maqbara, situado normalmente fuera de las murallas. Son casos muy contados en los que el cementerio quedaba intramuros o que se realizaran enterramientos en los propios jardines de las casas de los más notables de la comunidad, denominándose entonces rawda. Así pues, los cementerios islámicos solían ser únicos, generalmente, aunque si la ciudad alcanzaba gran población, podían ampliarse los existentes o disponerse de otros adicionales varios a medida que avanzaban los siglos y los anteriores quedaban colmatados. No es infrecuente que en un mismo cementerio se observen varios niveles de ocupación, e incluso que en estratos profundos llegue a encontrarse restos de viviendas. Ello indicaría que, en un momento dado, se derribaron algunas de las casas colindantes para ensanchar la superficie de enterramiento.
Aspecto general del yacimiento de La Florida durante la investigación arqueológica. Las tejas que se observan corresponden a la cubrición de las fosas (ver más adelante). Foto: ‘Huelva Te Mira’
El ritual. La preparación de la persona fallecida
La ceremonia del tránsito de la vida a la muerte en mundo islámico se conoce fundamentalmente a través de los hadices, es decir, por lo dicho o hecho por el profeta Muhammad o sus compañeros más cercanos, si bien las prácticas podían variar en función de la escuela interpretativa a la que pertenecieran los conocedores (ulema, singular alim) de la ley islámica.
En los momentos previos al fallecimiento de una persona, se esperaba de ella que sus últimas palabras fueran la recitación de la shahāda (“Doy testimonio de que no hay más Dios que Allah y Muhammad es su Enviado”). En esos últimos momentos se intentaba colocar al moribundo de forma que quedara orientado a la qibla, es decir, mirando hacia La Meca. Para estos momentos se recomendaba más la entereza y la serenidad que las manifestaciones exageradas de dolor y pena.
Tras el fallecimiento, se procedía a lavar al cadáver, de forma que las personas encargadas de hacerlo fueran del mismo sexo que la fallecida. La única excepción era entre cónyuges o si la persona fallecida era de corta edad. Las abluciones se repetían tres veces (o más, pero siempre un número impar), empezando por el lado derecho del difunto y terminado con agua perfumada con flores de alcanfor. El objetivo del ritual es que la persona fallecida se presentara ante Dios en el máximo estado de pureza. Si no había agua disponible o si las personas presentes eran del sexo opuesto al de la fallecida, entonces se celebraba el tayammum, ceremonia que consistía en frotar con tierra las manos y la cara del cadáver.
Posteriormente se amortajaba el cuerpo, desnudo, comenzando por la cabeza, con tres o cinco sudarios (siempre en número impar, ) de tela de algodón o lino, de color blanco. La operación terminaba con el atado de la mortaja con tiras del mismo tipo que los sudarios. En caso de que no hubiera tela suficiente para los éstos, la mortaja podía hacerse con uno único. Si, además, el sudario fuera pequeño y no pudiera cubrir todo el cuerpo, se disponía de forma que fueran los pies los que quedaran descubiertos.
La excepción a este ritual de lavado y amortajamiento la constituían las personas consideradas mártires, es decir, guerreros fallecidos en el campo de batalla defendiendo su fe, los ahogados, las mujeres fallecidas al dar a luz, los peregrinos muertos durante su viaje a La Meca… En estos casos, su carácter de mártires les confería por sí el estado de pureza, de forma que no se les lavaba ni amortajaba, siendo enterrados con las ropas e incluso los rastros de las heridas que tuvieran en sus cuerpos.
El traslado
Posteriormente se procedía a trasladar al difunto a la maqbara. Para ello se le colocaba en un sencillo ataúd que se era transportado sobre unas andas. El cortejo estaba formado fundamentalmente por hombres, ya que solo las mujeres con el parentesco más cercano podían formar parte de él. En la comitiva marchaban primero los hombres, después el ataúd con el cuerpo y, detrás, las mujeres. El paso era vivo y no estaban permitidas ni velas ni antorchas. Se esperaba de los miembros de la comunidad que, al paso del cortejo, se levantaran si estaban sentados y mostraran así su respeto. Este acto de consideración se llevaba a cabo aun cuando la persona fallecida no fuera musulmana, por ejemplo, una judía.
El enterramiento
La fosa estaba ya excavada antes de que llegara el cortejo a la maqbara. Dado que el Corán establecía el precepto de que el difunto quedara enterrado mirando a La Meca, lo normal era colocarlo de costado en la fosa, apoyado sobre su lado derecho (lo que se conoce como decúbito lateral derecho) y con las piernas ligeramente flexionadas. Por este motivo las fosas solían ser muy estrechas ya que, de no ser así, el cadáver podría girar una vez depositado. Así pues, una vez acomodado el cuerpo podían colocarse algunos calzos de tierra, adobes o piedras que aseguraran la posición de los restos y hacer perdurable la correcta orientación. En todo caso, no es raro encontrar fosas con los restos apoyados sobre sus espaldas (boca arriba o decúbito supino o dorsal), si bien la cabeza siempre quedaba mirando a La Meca. El motivo de esta variante es que el precepto coránico menciona únicamente la orientación de la cara del difunto, pero no dice nada del resto del cuerpo.
Llegados a este punto, conviene comentar que existían tres tipos principales de fosas (ver la imagen inferior), conocidas como laḥd, saqq y ḍarῑḥ, siendo esta última la más sencilla. Aparte de otro tipo de consideraciones, la existencia de estos tipos obedecía al precepto de que la tierra no tocara al difunto, es decir, el espacio que ocupaban sus restos debía quedar tapado de forma que al cubrir la tumba con tierra, ésta no entrara en contacto con el cadáver. Por ello es normal encontrar en las fosas restos de tejas, tablas de madera, lajas de piedra o adobes que hubieran servido, mediante su adecuada disposición, a este propósito.
Tipos de fosas utilizadas en el rito islámico medieval. Dibujo: ‘periferias’ según Chávet (2015: 72). Independientemente del tipo de fosa, podían emplearse tanto tejas, como tablas, piedras o adobes para cubrir la cámara donde se depositaban los restos. Posteriormente se cubría todo con tierra.
Corte de una tumba tipo lahd, según Chávet (2015: 270)
Fosas y otros tipos de ‘estructuras negativas’ en el yacimiento de La Florida, Huelva. Las más alargadas corresponden a las tumbas, muy estrechas como corresponde a la colocación del cuerpo sobre su costado derecho, y todas ellas orientadas de forma que el cadáver quedara mirando hacia La Meca. Foto: ‘Huelva Te Mira’
Enterramientos en la Avenida del Aeropuerto, Córdoba. Se aprecia la orientación de los cuerpos hacia la qibla y los restos de tejas de la cubrición de las fosas. Foto: Casal (2001: 305)
Una vez vertida la tierra sobre la fosa, la tumba debía quedar ligeramente alomada, de forma que no fuera pisada por nadie ni se sentaran encima de ella. Los preceptos religiosos exigían la máxima austeridad a los enterramientos lo cual no se traslucía únicamente en el rito, sino también en el resultado formal de la tumba. Por ello, se desaconsejaba la construcción de oratorios (qubba, plural qibab, similar al humilladero de La Cinta, en Huelva) encima de la tumba, de mausoleos y de nada que supusiera un mensaje de vanagloria del difunto. Incluso se valoraba especialmente las tumbas anepigráficas (sin inscripciones), si acaso con alguna frase de sumisión a Dios.
A pesar del espíritu de severidad, es bastante habitual que las tumbas queden señaladas de diversas formas, siempre sencillas, como pueden ser encintadas con un breve cordón de ladrillos, una torta de argamasa o unos pequeños marmolillos, siempre encalados.
Ajuares
Según hemos descrito en el ritual del enterramiento, el cuerpo no se depositaba en la fosa dentro del ataúd en el que había sido transportado. No obstante se han localizado enterramientos que muestran restos (clavos, maderas) de haberse empleado este sistema, sobre todo durante el periodo almohade. La razón puede ser la saturación a la que habían llegado ya los cementerios en este periodo (siglo XIII), que hiciera aconsejable, a criterio de los más sabios, permitir esta práctica que, además, era más higiénica que el enterramiento directo.
No debe esperarse encontrar ajuares en las tumbas islámicas, pues la persona se presentaba al interrogatorio de los dos temidos ángeles, Munkar y Nakῑr, tal como era, sin aditamentos. Ambos ángeles serían los que, con sus incisivas preguntas al difunto, establecerían si su destino era el Paraíso o el Infierno. Estas creencias, de origen preislámico, son las que dan pie a que en ciertas fosas aparezcan pequeños candiles de cerámica, o jarritas para agua que alivien el calor que el alma del difunto experimenta en el duro interrogatorio al que los dos estrictos ángeles le sometían. Este tipo de convicciones y alguno de los hadices (como el de los pájaros verdes) pueden explican la aparición de pequeñas pocitas al lado o encima de las propias tumbas para recoger el agua de lluvia o depositar algunos granos de cereales.
Representación de los ángeles justicieros Munkar y Nakir. Copia otomana de 1717 de un manuscrito del siglo XIII. (Imagen: The Walters Art Museum, en https://thewalters.org)
Oraciones sobre la tumba
Una vez cubierta la tumba se llevaban a cabo unas oraciones por el difunto, alineándose los presentes en tres filas, las mujeres y niños detrás, precedidas por la persona que dirigía el rezo. Finalizado el acto, comenzaba un luto de tres días, que era de cuatro meses y diez días en caso de los cónyuges. Como decimos, existían prácticas de raíz preislámica, como era el luto, de difícil eliminación por la nueva fe, la cual desaconsejaba todas estas manifestaciones ya que el único a quien el musulmán debía mostrar su veneración es a Dios. De esta forma se intentaba evitar prácticas de pudieran derivar en idolatría en casos de devoción ante tumbas de santones o jefes espirituales.
Vemos pues que el mensaje del Corán y los hadices, al indicar que el aspecto de la sepultura debía ser sencilla, sin adornos, para que todos los creyentes se presentaran ante Dios como iguales, origina que las huellas sobre el territorio de los restos que encontremos de estas maqabir (plural de maqbara) sean habitualmente muy sencillos, apenas unas fosas, estrechas debido a la posición lateral del cuerpo, y nada más. Sin embargo, resulta precisamente sobrecogedor cómo el agrupamiento de estas sencillas fosas, todas orientadas de igual forma, en una formación densa y apretada, es capaz de mostrar la enorme fuerza de una creencia religiosa, una de cuyas máximas expresiones sean –posiblemente- el mutismo y sobriedad de los restos de una maqbara.
Maqbara de Lorca, Murcia. Las tumbas, de tipo lahd, cuentan con un bordillo perimetral de piedra. La flecha señala una pequeña pocilla para contener agua de lluvia o pequeñas ofrendas. Foto: Rubén Sánchez Gallego, en Chávet (2015: 172)
Maqbara de Lorca, Murcia. Se aprecian los restos de un cuenco para agua y alimentos, perteneciente a una fosa anterior a las que se muestran en la imagen. Foto: Juan Antonio Ramírez, en Chávet (2015: 171)
En el caso de Huelva
La posición geográfica nuestra ciudad en relación a La Meca hace que la orientación hacia ella, la qibla, sea aproximadamente hacia el este-sureste. Es la misma orientación que debían seguir también las mezquitas, por lo que podemos decir que estos edificios y los cementerios eran espacios orientados. De todas formas, no creamos que en época medieval era fácil establecer con precisión la qibla, pues saber exactamente hacia dónde quedaba La Meca en cada lugar era labor únicamente para los más versados de la comunidad. Por ello no es de extrañar que ni mezquitas ni tumbas estén canónicamente orientadas, pero éste es, a mi juicio y en este contexto, un tema menor. Lo que sí podría plantearnos preguntas es si encontremos tumbas, o grupos de ellas, con diferente orientación a las restantes. Es de suponer que, elegido el lugar para el cementerio en el momento del asentamiento de la ciudad, se estableciera la orientación de mezquitas y enterramientos, quedando fija la qibla para siempre. Pero no es raro encontrar algunas divergencias en las orientaciones que quizás se deban a que, en un momento dado, el alim (plural ulema), erudito o sabio de la comunidad, decidiera corregir la existente según su mejor criterio. Pero para aclarar este asunto existen especialistas a los que consultar, si fuera el caso.
La qibla en el caso de Huelva.
La qibla en el caso de Huelva. Detalle.
El solar de La Florida, Huelva. En color azul, disposición muy aproximada de la ubicación y orientación de las fosas, hoy ya inexistentes. En un primer análisis, parece que las tumbas están orientadas algo más al sur de lo que sería canónico.
Zona suroeste del yacimiento de La Florida, Huelva. Algunas de las ‘estructuras negativas’ son fosas islámicas. El resto corresponden a elementos probablemente relacionados con labores agrícolas, no necesariamente de este mismo periodo. Foto: ‘Huelva Te Mira’.
La valorización de este patrimonio
Las consideraciones sobre el patrimonio están ya alejadas de conceptos como la monumentalidad o la puesta en valor del mismo únicamente mediante grandes hitos. Todo patrimonio forma parte de nuestro entorno cultural, y así se ha debatido en foros como Florencia (2000), dando lugar al Convenio Europeo del Paisaje, o al Convenio de Faro (2005) sobre El Valor del Patrimonio Cultural para la Sociedad, ambos ratificados por España y de los que, lastimosamente, no vemos consecuencias visibles en nuestra ciudad. Si a esto añadimos que el/la onubense que buscara fuera de los clásicos temas, no por ello menos importantes, del Legado Inglés, el Decano del fútbol español y la Semana Santa, se encontraría con un páramo cultural.
Maqbara de l’Alfossat, en Novelda, Alicante. Foto: López Seguí et al. en Chávet (2015: 217)
Maqbara de Jumilla, Murcia. En este caso las fosas parecen pertenecer al tipo darih, el más sencillo. La austeridad del ritual islámico deja tan solo un leve rastro -fosas y restos mirando hacia un mismo lugar- que, no obstante o precisamente por ello, proyecta un paisaje imponente por sobrecogedor. Foto: Juan Antonio Ramírez Ávila, en www.researchgate.com.
El caso de la maqbara de La Florida, y el de otros enterramientos que, medievales o no, puedan aparecer, es testimonio de cómo en cada momento y lugar queda reflejada la forma en el que el ser humano se ha enfrentado a una de sus mayores angustias existenciales: la muerte. Frente a la forma en que la entendían los grupos humanos de hace cinco mil años en, por ejemplo, el Dolmen de Soto, nuestros antepasados musulmanes de hace mil doscientos lo hacían, debido a sus diferentes patrones culturales, con mucha mayor sencillez. Por ello, estas fosas de La Florida revelan –revelaban- más por ausencia que por presencia, más por austeridad que por riqueza, más por sobriedad que por abundancia. En definitiva, son –eran- una de las muestras más palpables del paso de Islam por nuestra tierra durante algo más de cinco siglos.
En opinión de ‘periferias’, para el caso de la aparición de una nueva maqbara, -La Florida ya no existe- se trataría de argumentar un adecuado discurso que estableciera la con la islámica Saltés (cuya maqbara no se ha localizado), ayudando así al necesario rescate de la ciudad estuaria, y compararlos con los de otros periodos, como el caso de necrópolis del Cabezo de La Joya. Tengamos en cuenta que la cultura asociada a la muerte, entendida como los pasos preparatorios para un tránsito al más allá, está muy presente en el territorio de Huelva. A las manifestaciones funerarias que encontramos en los megalitos de Soto, los Gabrieles, el Pozuelo, Parque Moret, los ya desaparecidos de La Orden-Seminario, las tumbas tartésicas en cabezos como La Joya, ya mencionado, y las más recientes del Cementerio de Los Ingleses, añadiríamos, en espera de otras semejantes a las de La Florida –y a una mayor voluntad por parte de las Administraciones implicadas-, que los centros andalusíes próximos a Huelva más importantes, Mértola, Niebla y la olvidada Saltés, no fueran ya los únicos.
Maqbara de Tetuán, Marruecos. Foto: Guillermo Duclos.
Maqbara de Kairouán, Túnez. Foto: Guillermo Duclos.
Bibliografía
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Chávet Lozoya, María; Sánchez Gallego, Rubén; Padial Pérez, Jorge (2006): “Ensayo de rituales de enterramiento islámicos en al-Andalus”, en AnMurcia, 22, pp.149-161.
Cháver Lozoya, María (2015): Los rituales de enterramientos islámicos en al-Andalus (ss. VIII-XVI). Las tumbas tipo lahd. Arqueología de la muerte en madinat Lurqa. Universidad de Granada.
Fierro, Maribel (2000): “El espacio de los muertos: fetuas andalusíes sobre tumbas y cementerios”, en Patrice Cressier, Maribel Fierro y Jean-Pierre Van Staëvel (eds.) L’urbanisme dans l’Occident nusulman au Moyen Âge. Aspects juridiques. Casa de Velázquez – Consejo Superior de Investigaciones Científicas, Madrid, pp. 153-189.
Jiménez Gadea, Javier (2016): “Espacios y manifestaciones materiales de los musulmanes castellanos: presencias y ausencias de una minoría medieval”, en Edad Media Rev. Hist., 17, pp. 67-95.
Webgrafía
https://www.musulmanesandaluces.org (consultada el 17-09-2019)