Conocer Siria
El drama humano de los refugiados que se agolpan a las puertas de Europa reclama una respuesta inmediata por parte de los gobiernos y de toda la sociedad. Con estas líneas quiero aportar mi grano de arena para animar a las instituciones y en especial a la ciudadanía para que se sumen a las iniciativas que están surgiendo en diferentes ciudades europeas y españolas, también en nuestra provincia. Agradezco al Ayuntamiento de Huelva que se haya adherido desde el primer momento a la red de ciudades-refugio. Una vez más la generosidad de la ciudadanía se anticipa a los gobiernos enfrascados en peleas cicateras de cuotas de refugiados como si trataran de producciones lácteas o capturas pesqueras, olvidando que estamos hablando de la vida de seres humanos.
Se me ocurre una forma de ayudar desde este espacio aportando información sobre los principales protagonistas de esta tristísima historia, rompiendo mitos que por desconocimiento o por intereses de ideologías excluyentes generan recelos en la población europea frente a los movimientos migratorios, olvidando nuestra propia historia.
En primer lugar sugiero distinguir entre las personas que emigran para buscar una vida mejor y los refugiados que solicitan asilo. Unas y otros tienen razones más que suficientes para abandonar sus países de origen, pero poseen un estatus diferente como migrantes y lamentablemente un tratamiento legal diferenciado para ser aceptados en los países de destino.
Al primer grupo lo conocemos muy bien en Huelva: son la mayoría de las personas que viven en condiciones nada dignas en asentamientos de chabolas en diversos municipios de la provincia y que proceden de forma mayoritaria de África. No hace falta recordar los motivos por los que vienen a nuestra tierra. También ahora, como antaño hicieran nuestros abuelos, los propios habitantes de Huelva se convierten en emigrantes hacia el norte de Europa o hacia otras partes del planeta para buscar el trabajo y el futuro que su país no les proporciona. Con respecto a este grupo de inmigrantes los europeos hemos establecido unas leyes cada vez más restrictivas e injustas por motivos puramente económicos.
Por el contrario, los niños que ahora se ahogan en el Mediterráneo, las familias que se asfixian en camiones en Austria o que son gaseadas en las fronteras de Serbia o Hungría son refugiados que buscan asilo, seres humanos que huyen de una guerra de la que no tienen ninguna responsabilidad. Los refugiados dejan atrás sus trabajos y estudios interrumpidos, sus viviendas, sus tierras, sus pertenencias bombardeadas, sus familiares secuestrados, torturados o asesinados, su memoria. Los refugiados sólo buscan salvar la vida.
En este caso no tenemos opciones, los europeos estamos obligados a dar asilo a estas personas porque así nos lo exige numerosa legislación internacional, entre ella la Convención sobre el Estatuto de los Refugiados (Ginebra, 28 de julio de 1951), ratificada por España el 22 de julio de 1978.
Se está suscitando mucha polémica en relación a la religión de los refugiados. Por ello me parece importante llamar la atención sobre algunas determinaciones de la mencionada Convención de Ginebra. Así el artículo 3 establece que los Estados aplicarán las disposiciones de esta Convención a los refugiados sin discriminación por motivos de raza, religión o país de origen. El artículo 4 establece además que los Estados otorgarán a los refugiados que se encuentren en su territorio un trato por lo menos tan favorable como el otorgado a sus nacionales en cuanto a la libertad de practicar su religión y en cuanto a la libertad de instrucción religiosa de sus hijos. Por tanto el gobierno húngaro debe toma buena nota de sus obligaciones, así como todos aquellos estados y grupos sociales que intenten instrumentalizar el motivo religioso como arma arrojadiza para establecer discriminaciones y barreras a la integración de los refugiados. Por otro lado hemos de recordar que son musulmanas la inmensa mayoría de las víctimas de los terrorismos denominados islamistas. A este respecto denuncio por irresponsables las declaraciones de representantes políticos y gubernamentales que asocian terrorismo y refugiados.
Los europeos sabemos sobradamente lo que es la emigración por cualquiera de los dos motivos que he expuesto. Resulta llamativa la desmemoria que ahora manifiestan los gobiernos de Alemania, Inglaterra, Hungría, Polonia y la propia España, por poner los ejemplos, estos últimos, de los países más reticentes hasta hace poco a admitir refugiados. ¿Acaso no se han basado las colonizaciones europeas en América y África en oleadas de personas que se buscaban la vida en lugares recónditos? Podríamos considerar el barco Mayflower como una patera gigante que en 1620 surcaba el Atlántico hacia el norte de América por motivos religiosos y económicos. A mediados del siglo XIX y principios del siglo XX se produjeron nuevas migraciones, esta vez masivas, de europeos a América, destacando los alemanes, húngaros e italianos que se trasladaron a Argentina, todos ellos en busca de una vida mejor. A partir del golpe de estado franquista de 1936 los españoles tuvimos que pedir asilo como refugiados en México, que nos recibió con los brazos abiertos, y en Francia, donde conocimos lo que eran los campos de concentración, de vergonzante memoria para el país galo. Con la constitución del Telón de Acero en Europa vivimos desgraciadas historias de refugiados huidos desde Alemania del Este, Polonia, Checoslovaquia o Hungría.
No podemos olvidar tan pronto de dónde venimos.
En segundo lugar me gustaría ilustrar algo del magnífico país que es Siria, cómo son sus gentes, para comprender que sólo una razón muy poderosa puede ser la causa para abandonarlo todo, familia, casa, tierras, trabajo, historia, recuerdos, cultura, patrimonio…
Lo que les cuento es fruto de mi propia experiencia. En 2007 tuve la enorme suerte de visitar el país con un grupo de españoles y sirios residentes en España, algunos de los cuales viven en Huelva desde hace años plenamente integrados en nuestra sociedad. Seguramente ustedes conocerán a algunos de ellos. Es posible incluso que alguno lea este artículo. Les traslado todo mi aprecio en estos momentos tan angustiosos por las amenazas hacia la seguridad de sus familiares, por el futuro incierto de sus raíces.
Aquel viaje me llevó a visitar Damasco, Alepo, Crac de los Caballeros, Hama, Maalula, Bosra, el desierto y la impresionante Palmira. Pude comprobar la gran diversidad que caracteriza a Siria, tanto en lo que respecta a su geografía, su paisaje, su clima, como a su población, sus tradiciones, su cultura, su arquitectura, su arte, sus lenguas, su inmenso, su inagotable patrimonio. Siria es la maravillosa consecuencia de su situación estratégica entre dos mundos, Oriente y Occidente. Este prodigioso país rezuma Historia y Cultura por todas sus piedras. Incluso las arenas de sus desiertos evocan toda clase de relatos legendarios. Siria es un país de contrastes y de mezclas, de yuxtaposición de órdenes clásicos con adarves y mocárabes, de coexistencia entre reglas establecidas y aparente desorden, de olores, colores, texturas, sonidos y silencios.
La información que incluyo a continuación procede de mi búsqueda personal para comprender un país que me dejó muy impresionada y de las experiencias de amigos sirios que afortunadamente ya cuentan con estatus de refugiados en España. Sus historias de sufrimiento, secuestro, tortura, y huida abandonado todo son muy similares a la que estamos viendo estos días en los medios de comunicación.
Para entender este país y advertir sus diferencias frente a otros del entorno hay que comprender que es un puzle de grupos étnicos y religiosos. El grupo étnico mayoritario es el árabe y la religión predominante (70%) es la musulmana sunita, si bien el Partido Baaz del presidente Bashar al-Assad es alauita (perteneciente a la rama chiita del Islam), que corresponde al 13% de la población. Otras religiones significativas son los cristianos (9%) y los drusos (3%). A diferencia de otros países árabes la República Árabe Siria mantiene una separación formal entre Estado y Religión. En Siria hay libertad de culto. Aunque el Islam predomina entre la población, el Estado no favorece a ninguna religión en particular. De hecho el país contempla como fiestas nacionales festividades musulmanas y cristianas. Los alumnos en los colegios tienen opción de elegir entre las distintas religiones. En este aspecto no se diferencian mucho de nosotros.
Estoy comentando las características del país antes el comienzo de la guerra en 2011. Todas estas circunstancias han cambiado en zonas controladas por el Estado Islámico o por otros grupos insurgentes.
En los medios de comunicación occidentales se pregunta estos días por qué los jeques de países vecinos no dan refugio a sus hermanos árabes. Plantearse esta pregunta no tiene en cuenta la compleja estructura de etnias y religiones de la zona y los conflictos estratégicos de índole económica. Considerar a los jeques hermanos de los sirios es como hacerlo de los alemanes con respecto a los griegos. Ya hemos visto recientemente la clemencia del ministro de finanzas germánico Wolfgang Schäuble con respecto a sus “hermanos” del sur.
Para explicar esta falta de apoyo desde algunos países árabes debemos tener en cuenta dos factores. En primer lugar existe la brecha entre las dos grandes ramas principales del Islam que pugnan desde hace cientos de años por el liderazgo de una de las tres religiones monoteístas del planeta, con 1.200 millones de fieles: los sunitas, la rama mayoritaria, y los chiitas. Ambas tienen a su vez diversas derivaciones representadas en esta convulsa zona geográfica. Mientras los jeques de la Península Arábiga son sunitas el presidente sirio al-Assad es chiita, al igual que sus vecinos y aliados iraníes.
Por otro lado la falta de hermandad tiene que ver con conflictos estratégicos para el control energético en el que juegan papeles relevantes demasiados países: el gobierno sirio, fiel a su aliada Rusia, está obstruyendo el proyecto del gaseoducto Qatar-Turquía que, pasando por Siria liberaría a Europa, especialmente a Alemania, de la dependencia energética del gas ruso que ahora atraviesa Ucrania. Además Siria tiene reservas petrolíferas en territorio kurdo y en su costa mediterránea, cuya explotación es de nuevo objeto de codicia por parte de Rusia, bien posicionada, y de Occidente con EEUU la cabeza, sin olvidar a Israel. En definitiva, demasiados países tienen intereses en la zona: EEUU, Rusia, la Unión Europea, Ucrania, Israel, Qatar, Irán, Arabia Saudí,….un cóctel explosivo por el control del gas y del petróleo escenificado en Europa Oriental y Oriente Medio. Y no son los únicos problemas estratégicos de carácter internacional que inciden en este territorio. Ante las luchas de poder, riqueza y dominio no hay relaciones de hermandad que valgan.
Y en medio de todo este embrollo se encuentra la población civil siria ajena a juegos de estrategia internacional y luchas de poder, una población que sólo desea vivir en paz en un país con recursos suficientes. Hasta 2011 la convivencia entre etnias y religiones era relativamente natural y espontánea, estableciendo relaciones familiares entre ellas. Por el contrario la guerra está azuzando de forma interesada la religión y las etnias para enfrentar a los amigos y familiares. Este triste escenario me suena demasiado a otra zona que también tuve ocasión de conocer en sus mejores momentos, la antigua Yugoslavia, sólo que en este caso la existencia de petróleo y gas garantiza, me temo, un conflicto más duradero.
En el siguiente mapa se explica la situación actual de la guerra en Siria con los territorios ocupados por cada facción: en color rosa, las zonas controladas por el régimen de Bashar al-Assad; en verde, las zonas controladas por la oposición; en gris, la zona controlada por Estado Islámico, de la que una gran parte es desierto deshabitado; en amarillo, las zonas controladas por fuerzas kurdas.
Para hacernos una idea del drama humano que está suponiendo la guerra de Siria me parece importante señalar que el país tenía en 2011 una población de 22 millones de habitantes, de los cuales actualmente queda menos de la mitad, bien porque han muerto, bien porque han salido huyendo del país. La mayor parte de la población refugiada, unos 4 millones de personas, está acogida en los países vecinos, Líbano, Jordania y Turquía sobre todo. Resulta llamativa la imagen siguiente que muestra cientos de vehículos abandonados en el lado sirio de la frontera turca para que los civiles puedan abrirse camino a pie en Turquía, huyendo de la guerra.
Unos refugiados huyen de Siria arriesgando sus vidas en los barcos que siembran de cadáveres el Mare Nostrum. Otros soportan mafias, zancadillas y vallas. Todos se agolpan en Italia, Grecia, Serbia y Hungría con la esperanza de ser acogidas en los Estados miembros de la Unión Europea. Ahora son unos pocos cientos de miles. Seguramente serán más si no somos capaces de parar esta guerra de la que tenemos nuestra cuota de responsabilidad. Vienen de Siria y también de otros países en guerra.
No he querido poner fotos de la barbarie de la guerra ni de las personas muertas por el camino. Están en todas los medios de comunicación.
Ya no es el momento de las emociones y de los recelos. Nos toca actuar. Estos seres humanos necesitan nuestra ayuda. Este artículo y las fotografías que les muestro pretenden hacernos comprender cómo son estas personas que acogeremos en nuestros países. Son diferentes a nosotros pero no tanto. Recordemos cómo nosotros también éramos diferentes a los alemanes y suizos (traigo a colación la magnífica película “Un Franco, 14 Pesetas”). Los refugiados rejuvenecerán y enriquecerán nuestra sociedad, con sus preparaciones académicas, sus profesiones y su cultura.
Las fotos que les presento corresponden a una Siria antes de la guerra, de sus gentes, de sus paisajes, de su patrimonio, para que comprendamos que sólo la desesperación, la destrucción y el riesgo de la propia vida pueden forzar a las familias a abandonar un país tan impresionante.
[Alicia de Navascués Fernández-Victorio]
[Reportaje gráfico: Guillermo Duclos Bautista]