Pat Metheny pasó por Huelva (y II)
Pat Metheny llegó a Huelva en una de las últimas paradas de su gira europea, que antes ya le llevó por su país. Y aun antes, allá por enero, comenzó la gira en Japón, cuando todavía era la Dream Box Tour (sacó el tiempo para grabar Moon Dial en algunos días libres de primavera, entre conciertos). En Japón adoran a Metheny. Y no ha acabado. A la vuelta, conciertos por Canadá. Y después, otros proyectos. Y al terminar, grabación y nueva gira.
La primera novedad (hasta que él mismo lo dijo, no tenía ni idea de esto) es que es su primera gira en solitario. Y son ya cincuenta años tocando sin parar. En el concierto dio un repaso a sus piezas más reconocibles en varios medley (1), con toda la paleta de guitarras acústicas, con cordajes y afinaciones varias. Se detuvo especialmente en el disco Beyond the Missouri Sky (1997) que grabó a dúo con Charlie Haden. Siguió con visitas a sus cuatro discos grabados en solitario, dos de ellos muy recientes, y que dan el nombre a la gira: Dream Box (2023) y Moon Dial (2024). Y habló. Habló por los codos. En los cuatro conciertos en los que he tenido oportunidad de verle con anterioridad, no creo haberle oído algo más allá de un “gracias” en su voluntarioso (y escaso) español. Literalmente. Este domingo nos contó su vida. Habló de su familia, de sus inicios, de su epifanía musical oyendo el Four & More del segundo gran quinteto de Miles Davis (ese directo histórico que lo es porque los cuatro genios que lo completaban tocaron cabreados como monas), de sus otras grabaciones en solitario – One Quiet Night (2003) y What’s It All About (2011) – y de su encuentro y experimentos con la guitarra barítono. Uno que es mal pensado a estas alturas empezaba a sospechar que había que rellenar tiempo, pero de eso nada. La cosa se fue más allá de las dos horas (de música, no de charleta), con intensidad creciente.
Después de meterle el miedo en el cuerpo a la parte del auditorio menos habituada a sus paseos por la vanguardia más agresiva (cinco minutos en los que seguro bastante personal buscaba con la mirada las salidas más cercanas), se reconcilió con ese acongojado público sacando a escena su ¿guitarra? Pikasso y la ya mencionada barítono. Finalmente, electricidad sin reparos y el timbre más jazzístico con la Ibanez, que uno, personalmente, es la que le calzaría mayormente.
Cerró el concierto descubriendo ese tinglado musical llamado orchestrion que a estas alturas ya no sorprende a sus seguidores (lo presentó allá por 2009 e incluso grabó todo un disco con él), pero que al personal le pone. Está chulo, la verdad, y hay que reconocer que no es algo que vea uno fácilmente, así que siempre que la dosis sea pequeña, se agradece. Y con esta gama de percusiones y capas rítmicas pasadas por CPU, se calzó su guitarra sintetizada, esa cuyo sonido único lo ha definido para siempre. Parece que quedaba algo fuera de la línea del concierto, pero hay gente – soy testigo – que está tensa hasta que no comprueba que la tiene a mano, gente para la que ir a un concierto de Metheny sin que la toque es como no haber ido. Esa gente existe y te cruzas con ellos por la calle.
Bises varios, con – de memoria, algo se me queda – un precioso “Wichita Lineman” y “And I Love Her” de los Beatles. Y al final, las caras de esa satisfacción que da haber visto y oído algo que no verás ni oirás más, pero de lo que te acordarás años después. Porque, ¿qué otra cosa son si no los buenos conciertos?
(1) mezcla, popurrí, miscelánea (nota de Periferias)
© César Morales Cuesta, para Periferias (2024)